Alguien se fue una noche
y dejó los jazmines derrochados,
sin aliento su huella merodeaba
las hilvanadas secuelas de mi boca…
Justo en el borde de la muerte
de la hiel que pintó con su partida
me abrió la puerta de la aurora
y vislumbré por primera vez la vida…
Nunca imaginé tanta dulzura
en un despertar de la mañana
tampoco me había percatado
de los azules y los grises de la noche
después que las gotas del rocío
marcaban la pasión por la ventana…
Después que los albores
lamían la mirada desolada
de la ausencia que dejó su recetario
de la poca tristeza en la persiana…
Fue todo tan escaso y tan liviano
y lo proletario de su amor
fue tan mezquino
que al dejar la oquedad de su presencia
se llenó la habitación de mi memoria…
y fue tan pobre su miseria
tan desamparada su osadía
que no sintió el picaflor en su aleteo
ni siquiera la levedad de su garganta…
Me ha dejado
y el espacio se llenó de mi presencia.
Ahora se que ya nadie me abandona…
Guau mi querida Ludmila. Qué poemazo. Está pleno de bellas imágenes, de giros insospechados. Totalmente bello. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Clara, un gran cariño...
ResponderEliminarwao, sin duda nadie abandona a quien sabe amarse , harto bello su poema...
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y comentario, mis saludos Francisco.
Eliminar