Yo, que siempre amortiguo
los golpes de suerte con mi alma,
esta vez no tuve en cuenta
las balizas para anunciarte mi caída.
Sin edredón para los huesos
estrepitosamente pulvericé tu recuerdo
y sentí la invocación de los infiernos.
Un cementerio de pestañas cristalinas
anunciaban que las gárgolas
de los viejos arcanos
ardían en un vestidor de pieles taciturnas.